Frío cabrón

Había veces… que despertaba gritando en medio de la noche. El frío lo replegaba y devolvía a aquella forma de gestación primigenia. Pero no estaba impregnado del jugo cálido de un vientre, sino tembloroso, tembloroso y seco durante toda la noche. Era un frío que llevaba dentro desde hacía semanas y que la poderosa llama de su núcleo no había logrado extinguir todavía del todo. Un frío embustero y ladrón, porque se escondía y ausentaba durante el día para hacerle creer que no estaba allí, pero durante toda la noche ahí estaba. Una terrible sensación de frío que no podía aliviarse ni con cientos de mantas. Porque, aunque se abrigase, aunque se envolviese en pieles y aunque bebiese hirvientes infusiones, el frío lo despertaría en medio de la noche gritándole desde el rincón más profundo de su subconsciente.

Había veces… que despertaba emitiendo silenciosos sollozos cuando el sol todavía ni se planteaba regresar. Y lo oscuro de aquel cuarto lo observaba con compasión continuar su llanto aun despierto. Aun consciente. Y es que el frío, cabrón, le recordaba desde el subconsciente cuanto lograba olvidar en la vigilia para poder descansar. Le recordaba su sonrisa, le recordaba sus ojos y le recordaba su pelo.

Se lo ponía delante, en sueños, cuando no podía escapar ni aun despertando. No. Despertar en aquel momento era peor todavía.

Se lo ponía delante y le obligaba a regresar, a retroceder, a desandar lo duramente andado… Le colocaba en el pasado cruelmente. En esa compañía, ese olor, ese refugio y ese calor que era dormir abrazado a ella, y que se desmaterializaba cuando abría los ojos. Que ya estaban húmedos y fluían como ríos… porque ellos conocían el engaño.

Despertaba para llorar un poco más su ausencia mientras la buscaba alargando el brazo al espacio frío y vacío de la cama. Despertaba para preguntar una vez más a aquella oscuridad y aquel silencio.

¿Estás ahí?

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