Saltinbanquis en el tiempo

A veces, conectaba. Con lo que quiera que fuese que aun los unía. Por la razón que debiera ser.

No importa.

Podría hablarle largo y tendido. Agradecerle, solo eso, su paso no necesariamente fugaz por su vida. Sonreír frente a ella, y con ella, seguro. Sin necesidad siquiera de mediar palabra para sentirse más que comprendido. Seguían conservando aquel superpoder.

Que a él le interesaba el bienestar de ella. Que a ella el de él. Que aquel natural y sencillo caminar separados no era ni sería nunca un olvido. Que ambos caminos se extendían hermosos hacia el horizonte y bien abastecidos de atracciones y personitas dispuestos a disfrutar de nuevas aventuras. De inmensa suerte como la que un día decidió que se conocieran.

Que el recuerdo no implicaba deseo. No. Él no deseaba el pasado. Solo le divertía hotearlo a sus espaldas, de vez en cuando. Divisar aquel tesorito saltimbanqui entre las dunas del tiempo. Quizá buceando en las profundas mareas del subconsciente, cuando este lo revolvía agitado, devolviendo a su corazón esbozos de emociones inexpertas.

Le encantaba recordar porque podía elegir con qué recuerdo merecía (o merecían) quedarse. Era un poder interesante. Cada recuerdo era valiosísimo.

Porque aprendió.

Porque creció.

Porque sintió. Vaya si sintió.

Deja un comentario