La casa de los muchos domingos

Pasarán eones, simbólicos o reales, hasta que nos permitamos a nosotros mismos catalogar como lejanos esos días. Las semanas se difuminaban en el sinsentido de la monotonía, de la limitación espacial y recreativa. El desespero para muchos, la oportunidad para unos pocos, algo más sabios. La nueva palabra aprendida «confinamiento» no pasaría sin pena ni gloria por el imaginario de muchos niños, que habrían visto mermadas sus hasta entonces infinitas posibilidades de vivir el momento presente, vislumbrando la congoja detrás del disfraz de tranquilidad que cada día se enfundaban sus padres.

Por aquel entonces, la experiencia ya me había enseñado que los peques son más listos que nadie, no por cuánto saben, sino por cuánto son capaces de sentir.

Yo pasé esos días acompañado por fortuna. Fácilmente, tres cuartos de todo cuanto tengo, que no es dinero ni bienes materiales, sino personitas de carne y hueso, estaban allí conmigo en la casa. Y si bien la maleza de la ansiedad a veces crecía descontrolada nunca dejé de observarlos brillar detrás de ella. No son de los que dicen «todo irá bien», tampoco lo escriben en una pancarta enorme con un arcoiris en el balcón. Ellos fueron esas palabras. El sentimiento esperanzador de que «todo va a salir bien» emanaba por todos sus poros e inundaba cada estancia. Algunos días envidiaba su fortaleza, sintiéndome el más vulnerable del refugio, otros era yo el fuerte, porque aquella esperanza no nacía de uno sólo, gran líder de la manada, para proteger al resto de criaturas débiles. No. Aquella esperanza nacía de la suma de todos nosotros. Aparecía en las conversaciones risueñas delante de una comida deliciosa, se expandía en las noches de cine o programas de telemierda. Surgía de estar juntos como una nube envolvente y acudía a aquel que más lo necesitara en cada momento de dificultad. No eran palabras, las palabras se quedaban cortas.

Los días que más maldecía el hecho de tener que vivir y afrontar aquella época tan complicada, me acogía a la certeza preciosa de que haber vivido esos días junto a ellos fue lo mejor que podía haberme pasado. Un colosal sentimiento de fortuna comenzaba a crecer en mis adentros, retirando la maleza, y, entonces, podía dormir.

4 respuestas a «La casa de los muchos domingos»

  1. Los niños nos enseñan muchas cosas. Ellos hacen las cosas más sencillas. Es un lujo compartir momentos de tu vida con ellos. Muy bonito como lo cuentas. 👏

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